Hay muchas razones para estudiar de cerca la crisis (o mutación) ecológica que vivimos. Antes de comenzar el semestre vale la pena mencionar algunas. Será el tema de este substack, seguido de otros donde veremos qué dicen los expertos sobre lo que nos espera en el futuro.
Quizá la razón más obvia es un sentimiento de angustia por el futuro que para mí se agudizó con la pandemia y el nacimiento de mi hija Mariana en 2020. Basta revisar las noticias para alarmarse.
Vivimos en una era sin precedentes en términos de la concentración de CO2 en la atmósfera (junto con otros gases de efecto invernadero como el metano y el óxido nitroso), la pérdida de biodiversidad, la propagación de enfermedades zoonóticas, etc:
Por todos lados encontramos pronósticos alarmantes de planetas inhabitables o distopías como la siguiente:
Científicos como el ecólogo mexicano Gerardo Ceballos advierten que “los escenarios posibles son verdaderamente catastróficos y apocalípticos”.
Para evitarlos se necesitarán cambios radicales en las próximas décadas, y según muchos expertos, en los próximos diez años.
Esto significa (entre muchas otras cosas) un reto académico: muchas de las categorías y conceptos con las que crecimos se están volviendo problemáticas y es necesario repensarlas. Así, una segunda razón para estudiar el cambio climático es simplemente actualizarnos como estudiantes (y/o profesores).
¿Tiene sentido hablar del cambio climático como una ‘externalidad’ económica cuando literalmente todo transcurre dentro de dicha ‘externalidad’ (es decir, dentro del aire que respiramos)?
¿Qué significa hacer crecer (ilimitadamente) ‘la economía’ en un planeta que hoy tiene límites, establecidos científicamente?
¿Qué supuestos introducimos (sin darnos cuenta) al hablar de lo ‘global’ en vez de lo ‘planetario’ o lo ‘terrestre’?
¿Dónde termina nuestra libertad si hoy tenemos que considerar nuestro impacto en generaciones futuras (como lo están haciendo cortes incluso a nivel constitucional)?
Cada vez más, me parece, tenemos que pensar de forma transdisciplinaria. Si no lo hacemos no sabemos literalmente donde estamos parados — ni qué estamos haciendo al enseñar/estudiar lo que estudiamos.
Esto se dice fácil, pero quizá ninguno de nosotros (profesores en el ITAM) adquirimos semejante educación transdisciplinaria. (Esto se debe a la necesidad de especializarnos en un tema de una disciplina para poder llegar a ser profesores.)
Este libro esta repleto de casos que ilustran la necesidad de romper barreras disciplinarias, escrito por un experto en política pública junto con una doctora (de las que sirven, es decir, alguien que estudió medicina y trabaja en un hospital):
Aquí sostienen que nuestros cuerpos están inflamados de la misma forma que esta inflamado el planeta. No podemos entender los problemas de salud crónica que enfrentamos (diabetes, hipertensión, SCI, etc) si no entendemos la devastación ambiental en las últimas décadas (via la producción de cierto tipo de alimentos, por ejemplo). Y no entendemos dicha devastación si no vemos la historia detrás, sobre todo la formación de imperios en los que millones viven (hoy también) como ciudadanos de segunda, expuestos a toda clase de químicos contaminantes. El ‘exposoma’ humano — aquello a lo que estamos expuestos por medio de dieta, entorno, etc — está vinculado con el genoma humano y con nuestra salud. Un dato concreto que citan es que un cuarto de las muertes humanas pueden vincularse a factores ambientales (ver aquí el reporte de la OMS)
La mirada transdisciplinaria es en este sentido una cuestión de vida o muerte: los doctores (médicos) tienen que hablar con los expertos en trauma (o stress) que genera inflamación (y de ahí múltiples enfermedades), y éstos a su vez tienen que informar a los economistas de los efectos en la salud de (por ej) la deuda de los hogares, cada vez más grande en nuestras economías financializadas. La economía, la salud, la racialización de los cuerpos y, desde luego, la justicia están vinculados. Hablaremos de esto a lo largo del curso.
Finalmente, una tercer razón detrás del curso es que más que alarmarse hay mucho por hacer.
Si Rupa Marya y Raj Patel tienen razón — y su libro esta repleto de citas a estudios en revistas académicas arbitradas — podemos mejorar mucho el planeta (y nuestra salud) con cambios en la alimentación o simplemente dejando de desperdiciar tanta comida (entre 30 y 40% de la comida se desperdicia). Estos desperdicios generan metano, un gas de efecto invernadero mucho más poderoso que el CO2. Se estima incluso que en EEUU el desperdicio de comida genera el doble de emisiones de gases de efecto invernadero que la aviación (!).
Esto, además de dietas basadas en productos orgánicos, tienen efectos inmediatos en nuestra salud y más a largo plazo en la salud del planeta (ver, esto, por ejemplo). Lo menciono como un ejemplo de algo que se puede hacer inmediatamente y porque lo acabo de leer. Pero hay muchas otras cosas en las que podemos trabajar (intelectual, económica, técnicamente) que discutiremos a lo largo del curso.