Veíamos en un substack previo que según Latour (1979), la ciencia es una construcción de comunidades científicas. Aquí hay una obvia circularidad (la ciencia define lo que cuenta como ciencia), sin embargo, parece ser inevitable: lo que consideramos conocimiento ‘objetivo’ es lo que las comunidades de científicos—por ej. los infectólogos en la pandemia de COVID-19—consideran, en cada momento, lo más acertado, dados, por ejemplo, ciertos experimentos (cf. Theodore M. Porter, Trust in Numbers: The Pursuit of Objectivity in Science and Public Life, 1995).1
En La Pasteurización de Francia (1984) Latour continúa esta línea de pensamiento. Louis Pasteur (1822-1895) no necesita mayor introducción: basta pensar en la leche pasteurizada y las vacunas, los antibióticos y en lavarse las manos antes de operar a una persona. Todo esto lo inició Pasteur (junto con Robert Koch y otros grandes científicos) quienes desarrollaron la teoría microbiana de la enfermedad.
¿Qué opina Latour de Pasteur? Gracias a su trabajo, el movimiento higienista en Francia adquirió una enorme confianza en que pronto acabarían con todas las enfermedades. Según el Dr. Joseph Landouzy en 1885, por ej.:
“the day will come when, thanks to militant, scientific hygiene,
diseases will disappear as certain antediluvian animal species
have disappeared” (citado en Latour, The Pasteurization, p. 28)
Sin embargo, lo único que había logrado Pasteur hasta ese momento había sido curar a un niño de rabia. ¿A qué se debía entonces semejante entusiasmo?
Latour argumenta que los ‘descubrimientos’ de Pasteur deben su fuerza a su asociación con todo un movimiento que incluyó a médicos militares, médicos civiles, agricultores, utensilios estériles, microscopios y … a los microbios mismos que logró movilizar. Aquí esta de nuevo lo provocador en Latour: ¿cómo podemos poner a los microbios en el mismo nivel que el gran científico Pasteur?
Están en el mismo nivel, diría Latour, en tanto que sin los microbios que encuentra por todos lados (literalmente), no podríamos explicar la solidez de los ‘hechos’ científicos que establece Pasteur. Como explica Gerard de Vries, el conocimiento científico no fluye de la mente de un genio para esparcirse por la sociedad (Gerard de Vries, Bruno Latour, Polity, 2019, p. 62). Es el resultado (entre otras cosas) de asociaciones de las cuales no podemos decir si son humanas o naturales, “solo si son fuertes o débiles” (Latour, Pasteurization, 40).
Pasteur se asocia con microbios para revolucionar la sociedad. Sin embargo, ¿qué son los ‘microbios’? Según Latour, solo podemos definirlos por lo que hacen: algunos producen cerveza (por fermentación), otros (como el bacillus anthracis) matan vacas y borregos, otros causan cólera, etc. Aquí el punto filosófico es que las cosas no tienen una esencia que las defina. Latour se acerca a Nietzsche en este sentido: no hay ‘propiedades intrínsecas’ que definan algo; son más bien las relaciones y los efectos que tiene cada cosa sobre otras cosas lo que nos permite delimitarlas (por ej., decir ‘esto es heroína’ o ‘este es metadona’, etc.).
¿Porqué podría importar esto? Regresemos al problema del origen de los ‘hechos científicos’. Un hecho científico como el TRH (que veíamos en el substack Latour, primera parte) es el resultado de ‘pruebas de fuerza’ o ‘pruebas de resistencia’. Por ejemplo, hay que destilar toneladas de cerebros de cerdos para de alguna forma extraer una sustancia llamada TRH (hormona liberadora de tirotropina). O hablando de bacilos, Pasteur tuvo que someterlos a experimentos, permitir que se multiplicaran en cultivos preparados cuidadosamente para finalmente poder aislarlos, transportarlos, etc. (de Vries, 67). Esos experimentos son ‘pruebas de fuerza’ según Latour. Más intuitivamente: toma una pluma y checa si la puedes doblar, a ver cuánto resiste. Esa es la forma en la que empezamos a descubrir las fuerzas de las que está hecho el universo.
Esta línea de pensamiento lleva a una ontología peculiar en la que todo ‘actante’ es un conjunto de relaciones o un evento que “ocurre solo una vez, en un momento, en un lugar” (Graham Harman, Prince of Networks, p. 17). Los actantes (como tú o yo) nos aliamos con otros (humanos o no) para perseverar en la existencia y perseguir ciertos ‘intereses’. Así, los microbios mismos—diría Latour—tienen intereses.
Esto resultó demasiado para (parte de) la comunidad académica. Así que tendremos que explicarlo en más detalle. ¿Las mesas, los microbios, los puentes tienen ‘intereses’? ¿No es esto una cruda forma de atribuir cualidades humanas a las cosas, lo que se conoce como ‘antropomorfismo’?
Latour sugiere que sería en todo caso igual de antropomórfico decir que un puente es un ‘objeto’, pues nuevamente estaríamos proyectando una categoría humana (‘objeto’) a algo. Con nuestros conceptos o categorías vamos reduciendo todo el universo a nuestra medida. Al contrario, Latour busca liberar a todos los entes de cualquier reduccionismo. A fin de cuentas no sabemos, diría Latour, si un microbio puede tener algo semejante a un ‘interés’.
Basta pensar en el Sars-CoV-2—un virus que ha logrado superar a los humanos durante años perseverando en su existencia de una forma más ‘inteligente’ que los mismos intentos de perseverar de millones de humanos.
Fuente: Michael Marder, 'The Coronavirus is Us'
¿A qué quería llegar Latour con todo esto?
Básicamente, se trata de encontrar una tercera vía entre el constructivismo social y el realismo (científico).
Los constructivistas dicen (coloquialmente) que ‘todo es una construcción social’. Más precisamente: No hay un acceso al mundo que no sea mediado por lenguaje, categorías, instrumentos, laboratorios, patentes, leyes, etc. Por lo tanto, nunca podremos conocer la realidad ‘en sí misma’. Una implicación de esto es que podríamos vivir en un mundo sin ‘microbios’, en el que lo que hacen los microbios sería atribuido a otras fuerzas (como los ‘miasmas’ o el ‘éter’) y quizá viviríamos igual de bien o mal. Llegamos a un mundo con ‘microbios’ porque algunas mentes idearon una teoría o siguieron un paradigma o marco conceptual para organizar datos que de otra forma no tendrían significado o coherencia alguna (cf. Latour, “Do Scientific Objects Have a History?, 1996, p. 86).
Por ejemplo, un día en 1882 algún científico vio una pequeña mancha en una placa de Petri en el laboratorio. Para que esa mancha fuera designada como el ‘bacilo de la Tuberculosis’ (Mycobacterium tuberculosis) tuvieron que pasar innumerables cosas en el ámbito social y científico. Así, los constructivistas dirían que el bacilo de Koch no ha existido siempre, ‘ahí afuera’, listo para ser descubierto por la ciencia. ¿O sí?
Parentéticamente: así se descubrió-instituyó-produjo el hecho de que el faraón Ramses II (ca 1300 AC) murió de tuberculosis: le tuvieron que otorgar un pasaporte ( a su momia) para someterlo a todo tipo de experimentos:
Fuente: ver aquí
Los realistas dicen (coloquialmente) que sí: el bacilo de la Tuberculosis que mató a Ramses II siempre ha existido, listo para ser descubierto. Tarde o temprano una mente racional (de humanos o marcianos o quien sea) encontraría la composición química promedio del microbio que causa la tuberculosis: C₁₈H₂₀N₂O₁₂S (gracias, ChatGPT).2
Latour no estaba de acuerdo con ninguna de las dos posturas (constructivista y realista). Para él, ambas son verdaderas: la realidad (digamos, de los microrganismos) es objectiva (verificable, etc) y a la vez una construcción de comunidades científicas. La ciencia crea-construye-descubre realidades y a la vez declara que son autónomas (es decir, que ¡nadie las creo! que están ‘dadas’ en la ‘naturaleza’). Como ejemplos podemos mencionar: las bacterias (1675), el ácido láctico (1780), las células (1839), el bacilo tuberculoso (1882), las endorfinas (1973), los ácidos grasos (1929) y el SARS-COV-2 (2020). En algunos años esta lista será quizá superada por otra, y nos daremos cuenta que lo que llamamos ‘endorfinas’ es ‘en realidad’ otra cosa (llamémosle ‘X’).3
¿Qué es entonces la ciencia para Latour y qué la hace científica?
Podríamos decir que la ciencia es una red de actores, prácticas e instituciones que crean-descubren-instituyen la realidad que nos rodea, revisando (añadiendo, borrando, renombrando) una inmensa lista de actantes que definen lo que es considerado real en cada momento histórico.
La primera versión de este argumento parece haberla desarrollado el microbiólogo judío-polaco Ludwig Fleck (1896–1961). ‘[W]ithout social conditioning no cognition is even possible. Indeed, the very word ‘‘cognition’’ acquires meaning only in connection with athought collective.’ Fleck [1935] 1981: Genesis and Development of a Scientific Fact, Chicago, p. 43. ‘If we define ‘‘thought collective’’ as a community of persons mutually exchanging ideas or maintaining cultural interaction, we will find by implication that it also provides the special ‘‘carrier’’ for the historical development of any field of thought, as well as for the given stock of knowledge and level of culture. This we have designated thought style. The thought collective thus supplies the missing component’. (Fleck 1981: 39) Fleck critica a los sociólogos clásicos por mostrar ‘an excessive respect, bordering on pious reverence for scientific facts’ (47). Para Fleck, la verdad es un evento: the relation between the Wassermann reaction and syphilis—an undoubted fact—becomes an event in the history of thought’. (Fleck 1981: 97) ‘Truth is not ‘‘relative’’ and certainly not ‘‘subjective’’ in the popular sense of the word. It is always, or almost always, completely determined within a thought style. One can never say that the same thought is true for A and false for B. If A and B belong to the same thought collective, the thought will be either true or false for both. But if they belong to different thought collectives, it will just not be the same thought! It must either be unclear to, or be understood differently by, one of them. Truth is not a convention but rather (1) in historical perspective, an event in the history of thought, (2) in its contemporary context, stylized thought constraint’. Fleck 1981: 100)
Un co-ganador del Premio Nobel en física, Steven Weinberg, propuso algo análogo: "If we ever discover intelligent creatures on some distant planet and translate their scientific works, we will find that we and they have discovered the same laws." Citado en Ian Hacking, “How Inevitable Are the Results of Successful Science?” Philosophy of Science 67 (2000): 58–71, p. 66
A primera vista parece no importar que, por ej., las endorfinas aparezcan y desaparezcan como objetos científicos. Sin embargo, basta considerar otros objetos de estudio como el ‘valor’ en la ciencia económica para notar que sí importa—y mucho. (Basta revisar un periódico para ver cuántas veces se habla de las empresas o personas que ‘generan valor’: los felicitamos o al menos nos suena bien, pero ¿qué es el ‘valor’? Precisamente un objeto (o entidad o tema) de estudio científico al que dedicaron sus obras gente como Ricardo, Smith, Marx, Mill; autores que todo el mundo conoce pero que pocos leen). Ver Lorraine Daston (ed.), Biographies of Scientific Objects. Chicago: University of Chicago Press, 2000, p. 3. El ‘valor’ es tan real para ‘nosotros’, diría Latour, como los ‘orishas’ para los practicantes de la santería cubana. El libro de Daston refiere a otros objetos de enorme importancia, como las estructuras matemáticas (o los números simbólicos en general): en algún momento (aparentemente en el S. XVII) se empezaron a considerar como ‘la verdadera esencia de las cosas’ (p. 9)—de ahí quizá que hoy las carreras de economía sean predominantemente carreras en matemáticas. Otros ejemplos: la ‘sociedad’ (surge en el S. XIX) como algo que no es ni familia, ni Estado; ni vínculos políticos ni familiares. La ‘cultura’. El ‘éter’. El ‘código genético’. La realidad es así una propiedad relativa que depende de sistemas de apoyo (técnicas, instrumentos, redes) (Latour, en ibid., 13).