¿De qué está hecho el mundo que habitamos?
¿Y quién lo construye? Una mirada geoeconómica hacia la crisis climática
Demócrito, Epicuro, Lucrecio, Hobbes, Marx. En el pensamiento occidental, hay una célebre tradición que entiende al mundo desde el punto de vista de “la materia” o “lo material”—desde los átomos (“bloque básico e indivisible que compone la materia del universo”) hasta el ADN (otro bloque clave que provee instrucciones para armar células—tan duradero que nos sobrevivirá por decenas de miles de años) y, más recientemente, la famosa microbiota (o los trillones de microorganismos que viven sobre todo en nuestros intestinos regulando nuestro sistema inmune, apetito, estados de ánimo, etc.).
Pero, ¿de qué está hecho exactamente el mundo que habitamos? Una respuesta breve es que todo el universo está compuesto de átomos o partículas subatómicas. De alguna forma, estas se juntan como piezas de lego formando galaxias, estrellas, la Tierra, nuestros cuerpos—y nuestros pensamientos. Toda esta materia es convertible a energía (y al revés), generando calor y entropía, en un proceso que va desde el big bang hasta que solo quede una luz tenue en un universo cada vez más frío y silencioso.
Entendido así, el materialismo genera todo tipo de enigmas: ¿Cómo pueden los átomos en el cerebro generar pensamientos y significados? ¿Si energía y materia son realmente lo mismo (según Einstein), no sería más adecuado hablar de “energetismo” en vez de “materialismo”? Y si todo es energía que a veces se “congela” en materia y a veces produce pensamientos, ¿no sería más correcto abrazar el “panpsiquismo” o la visión según la cual “lo mental es fundamental y ubicuo en el mundo natural”?
Si bien este tipo de consideraciones han tenido un impacto en el pensamiento ambiental—notablemente en la búsqueda de un nuevo paradigma que favorece la resiliencia de sistemas complejos materiales/energéticos, sobre la eficiencia—en este substack quiero hablar de una cuestión más básica.
Asumiendo que reducir el mundo a materia tiene sentido, ¿de qué está hecho?
Comenzemos por nuestro cuerpo: está hecho de 59 elementos, pero predominantemente son 6: carbono, oxígeno, nitrógeno, hidrógeno, calcio y fósforo (99.1% de nuestro cuerpo esta compuesto por estos elementos; también contenemos muy pequeñas cantidades de estaño, cobre, manganeso, cobalto, selenio y cromo…) El ADN que heredamos (de nuestros papás pero también de otros animales como los peces en un proceso de evolución de 3 mil millones de años) contiene instrucciones para producir proteinas, entre ellas enzimas, anticuerpos y hormonas. Las proteinas, que a su vez son cadenas de aminoácidos, nos dan energía…y me permiten escribir esto.
Ahora, veamos lo que también me permite escribir este substack: la tecnoesfera o el exoesqueleto (trans)humano. Según el científico Peter K. Haff, cada persona en el planeta utiliza en promedio unos 4,000 toneladas de infraestructura, incluyendo “una red de carreteras, caminos, tuberías, vías de tren, rutas aéreas y marítimas” sin las cuales simplemente no podríamos sobrevivir. La tecnoesfera es, en este sentido, el motor de la civilización tecno-científica y de alto consumo que nos ha llevado a la crisis climática actual. La tecnoesfera “hace posible la rápida extracción de la Tierra de grandes cantidades de energía libre o gratuita [free energy]”—aunque tendríamos preguntarnos “libre” en qué sentido—la “comunicación prácticamente instantanea, el transporte masivo, la existencia de gobiernos….la distribución global de alimentos y otros bienes,” como las jeringas, los motores, medicinas, etc.
Gracias a la tecnoesfera, la Tierra es un ente que brilla en las noches. Si dejara de hacerlo sería como Corea del Norte…
¿De qué esta hecha, entonces, la tecnoesfera? Ed Conway sugiere que hay 6 materiales primordiales: arena, sal, hierro, cobre, petróleo y litio. Con estos materiales—que son muy difíciles de remplazar—se construye lo que hemos llamado nuestro exoesqueleto.
Siguiendo con esta metáfora, los huesos del mundo material que habitamos son de acero (que es una aleación de hierro y carbón), la carne es de concreto (arena con pequeñas piedras con cemento), los nervios son de cobre (los cables eléctricos, recubiertos con plástico, derivado del petróleo) y fibra óptica (más arena), y todo está impulsado por petróleo y baterías (que están compuestas de óxido de cobalto-litio; algunas contienen zinc y níquel también). Ah, y lo más impresionante de todo: semiconductores o chips de silicio (el principal componente de la arena), los cuales contienen miles de millones de transistores o pequeños switches, cada uno de los cuales es aproximadamente 500,000 veces más pequeño que un milímetro, siendo así más pequeños que una bacteria o un virus:
Para darnos una idea de las magnitudes del mundo material en el que vivimos, podemos considerar los siguientes datos (todos del libro de Ed Conway, Material World):
Por cada persona viva en el planeta hay más de 80 toneladas de concreto, lo cual es:
“considerably more than the combined weight of every single living thing on the planet: every cow, every tree, every human, plant, animal, bacterium and single-celled organism”
Cada año producimos suficiente concreto para cubrir todo el territorio de Inglaterra.
Entre 2018 y 2020 China virtió tanto concreto como EEUU lo hizo en toda su existencia, desde que descubrió el concreto en 18651.
China ha producido más acero en la última década que lo que produjo EEUU desde comienzos del siglo XX.
“La mayor parte de lo que comemos hoy en día es…un producto de combustibles fósiles”. De entrada, la energía que se utiliza para producir fertilizantes es típicamente el gas natural (se utiliza para fijar el nitrógeno atmosférico y convertirlo en amoniaco).
“En los últimos 13 años [desde 2010] hemos producido más plástico que toda nuestra producción desde su invención a principios del siglo XX.”
La Gigafactory de Tesla en Nevada ha producido aproximadamente 10 mil millones de baterías…más de una batería para todas las personas del planeta.
Todo esto, desde luego, tiene implicaciones geopolíticas y geoeconómicas gigantes, tales como:
la dependencia de (prácticamente) todo el mundo de China por su capacidad de producir acero, plástico y páneles solares (entre muchas otras cosas) a enorme escala y bajo precio;
la dependencia de (prácticamente) todo el mundo de Arabia Saudí por sus reservas de petróleo y gas, y en particular por el tipo de petróleo que extrae (Arabian light—mucho menos denso que el mexicano o venezolano);2
la dependencia de China de Australia (por sus reservas de mineral de hierro);
la importancia estratégica de las únicas tres compañías en el mundo que pueden producir chips en masa suficientemente poderosos y pequeños (Intel, Samsung y TSMC)—ninguna China. (TMSC está en Taiwán, pero depende de tecnología y diseño de Cambridge, UK, maquinaria japonesa y holandesa y químicos alemanes…);
finalmente, la dependencia de todo el mundo del litio que se encuentra sobre todo en Chile, Bolivia y Argentina—¿los “electroestados” que remplazarán a los petroestados en el Siglo XXI?
¿Qué concluir de todo esto? Al menos dos cosas. Primero, es una ficción que podemos tener crecimiento económico sin extraer recursos al ritmo inimaginable que sugieren los datos citados arriba. El ‘crecimiento verde’ sería entonces una quimera. Como sostiene Conway, cada año desde el 2019 hemos sacado más materiales de la tierra que en toda la historia de la humanidad hasta 1950.
Segundo, cualquier respuesta efectiva a la crisis climática requerirá una revolución tecnológica que transforme nuestra infraestructura de forma radical, para no depender (tanto) de combustibles fósiles. En el mejor escenario, la transición energética actual cambiará todo: con baterías de litio construimos el futuro en vez de quemarlo, ya que a diferencia de los combustibles fósiles las baterías guardan energía y podrían ser (en principio, casi) eternamente reciclables. Se vale soñar.
La producción de cemento genera más emisiones de CO2 que la aviación y la deforestación juntas (sumando un 7-8% de las emisiones globales). (También requiere una décima parte del uso industrial de agua.)
Aunque EEUU se convirtió a partir de 2007 (aprox) en el principal productor de petroleo del mundo gracias a la nueva tecnología de fracking, sus refinerías todavía dependen de petróleo Saudí.)
Me recordó a algo que leí de Kohei Saito que dice que la ecología es el opio de las masas (aaah!). Quizás suena extremo, pero tiene una propuesta chida de decrecimiento económico. El libro se llama "Slow Down. The Degrowth Manifesto".