Propuesto en el año 2000 por Paul Crutzen, Premio Nobel en química atmosférica, y el ecologista Eugene F. Stoermer, el término ‘Antropoceno’ se ha vuelto “uno de los conceptos más importantes en las humanidades y las ciencias sociales” (Adam Kirsch).
Originalmente, como lo describieron Crutzen y Stoermer, el ‘Antropoceno’ pretendía “enfatizar el papel central de la humanidad en la geología y la ecología”, y específicamente el hecho de que la humanidad es y seguirá siendo “un importante fuerza geológica durante muchos milenios, tal vez millones de años por venir”.
Poco tiempo después, el ‘Antropoceno’ comenzó a volverse viral hasta convertirse en un meme.
La historia de cómo uno de los paradigmas científicos más importantes de la modernidad se convirtió en otro meme más revela parte del significado del ‘Antropoceno’ (literalmente: la ‘nueva era de los humanos’). Podemos comenzar con una definición de diccionario:
Dicho de una época: Que es la más reciente del período cuaternario, abarca desde mediados del siglo XX hasta nuestros días y está caracterizada por la modificación global y sincrónica de los sistemas naturales por la acción humana. https://dle.rae.es/antropoceno
Lo humano modifica lo natural; esto ocurre hasta el punto—según algunos—que lo natural deja de existir. En todo el planeta Tierra encontramos nuestra huella: desde lo más profundo de los océanos hasta las nubes. Plástico, huesos de pollo, materiales radioactivos: los encontramos por todas partes, sobre todo desde el 16 de julio de 1945 (a las 5:30 am) cuando se detonó la primer bomba atómica en Alamogordo, Nuevo México. (Le seguirían, semanas después, las bombas detonadas en Hiroshima y Nagasaki, y posteriormente más de 2000 pruebas nucleares alrededor del mundo…)
Al modificarse lo ‘natural’, se modifica nuestro entorno—lo que respiramos, comemos, etc—y nos modificamos nosotros: de ahí que (casi) todos tengamos hoy anticuerpos contra el SARS-COV2 o que nuestro ‘exposoma’— aquello a lo que estamos expuestos por medio de dieta, entorno, etc.—compita con nuestro genoma en determinar nuestra salud (en efecto, según la OMS, casi un cuarto de las muertes humanas pueden vincularse a factores ambientales).
Regresemos a la historia de cómo un concepto científico se volvió meme:
En 2002, Crutzen escribe un artículo breve (de una página) en la revista Nature, lo cual le da visibilidad al término ‘Antropoceno’.
En 2005, se reconoce la “gran aceleración’, es decir, el punto de inflexión que ocurrió cerca de 1950 que revolucionó nuestra relación con la naturaleza:
En 2009 se establece el Grupo de Trabajo del Antropoceno dentro de la Comisión Internacional de Estratigrafía, el cual busca encontrar evidencia de la ‘realidad geológica’ del término, es decir, huellas de nuestro impacto en los estratos geológicos (por ejemplo, se pueden encontrar sedimentos en el fondo de un lago que posteriormente se convertirán en roca).
En 2011 el término despega cuando aparece en las portadas de National Geographic y The Economist.
En 2014 se incluye en el Diccionario de Inglés de Oxford.
En 2020, el Informe Mundial de Desarrollo Humano del PNUD establece que en “la nueva era del Antropoceno” se requieren “nuevas herramientas de medición…que visibilicen las presiones a las que sometemos al planeta”.
Dada esta breve historia, podemos considerar finalmente la pregunta con la que empezamos: ¿qué se siente vivir en esta época ‘post-natural’?
La pregunta es fundamental porque de la respuesta dependerán las visiones políticas que encauzarán nuestro destino.
Brevemente: si eres tecno-optimista, hay pocas cosas tan emocionantes como estar subido en curvas que crecen exponencialmente: PIB, inversión extranjera directa, comercio, comunicaciones, desarrollos científicos y tecnológicos (desde lavadoras y refrigeradores—verdaderos motores de emancipación para millones—pasando por fertilizantes, plaguicidas y variedades de cereales más resistentes, hasta televisiones y smartphones). Buscarás seguir así. Sin embargo, si eres catastrofista (o yo diría realista) creerás también que esto no puede seguir indefinidamente: al mismo ritmo (más o menos) crecen las concentraciones de CO2 en la atmósfera, se extinguen especies, se calientan los mares, se mueren los corales (de los cuales dependen los peces, de los cuales dependen miles de millones de personas), se contaminan los ríos, suben las temperaturas, crecen las migraciones forzadas, se incrementan las enfermedades zoonóticas (como el Covid)…reviven los extremismos de derecha, fallan las cosechas, suben los precios, etc etc. resultando en la policrisis actual:
Fuente: Ernst and Young, “A new economy: Exploring the root causes of the polycrisis and the principles to unlock a sustainable future”
Entonces, ¿qué debemos sentir? Dependerá de tu edad, tu estatus socio-económico, tu carácter, tus experienicas, tu formación…Pero quisiera concluir anotando ciertas ‘fallas geográficas’ que dividen a diferentes campos y que son imperceptibles a primera vista:
Por un lado, están quienes viven en un mundo donde existen probabilidades y modelos que nos pueden guiar. Muchos economistas—quienes, desafortunadamente han dominado las conversaciones políticas y científicas sobre el cambio climático—se encuentran en este campo. Creen, por ejemplo, que podemos encontrar un nivel ‘óptimo’ de temperatura planetaria que maximice algo parecido al ‘bienestar social’, sin escuchar a los científicos que han insistido por décadas que a esa temperatura millones de personas habrán muerto y será prácticamente imposible estabilizar los sistemas (de agua, fertilizantes, especies, etc) que hacen posible nuestra vida.
Por otro lado, están quienes ven en el Antropoceno un mundo de incertidumbre radical, en el cual no se pueden asignar probabilidades a eventos futuros: en palabras de Donald Rumsfeld, se trata de un mundo de ‘unknown unknowns’ (donde ‘no se sabe que no se sabe’). Nadie sabía, por ejemplo, que la capa de permafrost—o la capa de suelo congelado permanentemente que cubre (por ej.) el 60% del territorio ruso—podría ‘participar’ en el ciclo de carbono global. Es decir, se pensaba que era un ‘gigante dormido’ que no incidiría significativamente en el calentamiento global, mientras que hoy el descongelamiento de esa capa (que contiene 200 veces más metano que lo que ya está en la atmósfera) es uno de los peligros que le quitan el sueño a los científicos. Aquí encontramos una ‘falla geográfica’ que divide a (muchos) economistas de los paleoclimatólogos, quienes saben que en el pasado remoto el cambio climático ocurrió en saltos abruptos imposibles de prever en modelos (Chakrabarty, The Climate of History in a Planetary Age, p. 53).
Encontramos otra división profunda entre quienes insisten que la crisis climática no es algo causado por ‘los humanos’ en general, sino por ciertas clases sociales (y su ‘modo de vida imperial’) que han contribuido masivamente a la acumulación de gases de efecto invernadero. Por ejemplo, tan solo el 10% más rico de la población global es responsable de aproximadamente de 52% de las emisiones cumulativas, mientras que cientos de millones de personas en el mundo—cerca de un sexto de la población—ni siquiera se benefician de la economía basada en combustibles fósiles (utilizan carbón, leña, etc) y sus emisiones son cercanas a 0. Por otro lado, sin embargo, están quienes responden de la siguiente manera: si bien es cierto que las causas del Antropoceno son diferenciadas, las consecuencias son hoy todo lo contrario—de forma que podemos hablar de una ‘catastrofe compartida’. Pensar solo en causas como el capitalismo y las desigualdades nos hará ciegos a las dinámicas del planeta Tierra que llevan una inercia de mucho más largo plazo, entre ellas, el crecimiento masivo de la población y los esfuerzos de sacar a millones de personas de la pobreza en la India y China; esfuerzos que se han basado en la energía fósil más barata pero también más contaminante: el carbón.
Hasta hace muy poco (aprox 2017), el carbón era la principal fuente de energía; su auge coincide con el despegue económico en China tras su entrada a la OMC (en 2001)
Fuente: The Economist
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Excelente articulo.
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