¿Quiénes son los adultos responsables?
Regreso a un tema espinoso motivado por la discusión que tuvimos en clase
“Una sociedad más libre, más prospera, más justa”. Ese el tipo de ideal al que muchas instituciones aspiran, incluido el ITAM. Sin embargo, tratemos de definir ‘justicia’ y ahí comienzan los problemas. Aún más complicado será quizá definir la ‘justicia climática’—y esto a pesar de que es un término cada vez más usado tanto en los movimientos sociales que luchan por mantener el planeta habitable como por los diplomáticos que buscan ‘gobernar el clima’.
¿Qué es, entonces, una sociedad justa? Hay que decir primero que no hay una visión de la justicia que abarque todas nuestras intuiciones sobre el término. Entre las acepciones más importantes de justicia encontramos las siguientes:
Justo es darle a cada quien lo que es suyo o lo que le corresponde según algún sistema de normas o derechos (código Justiniano, S. VI A.D). Una sociedad justa es aquella en la que se respetan los derechos que distribuyen los bienes y los males que le corresponden a cada persona (Carlos Pereda, ed. Diccionario de Justicia).
Esto implica que en toda sociedad hay algo que nos debemos los unos a los otros (por ejemplo, recursos materiales—“bienes”—o sanciones—“males”). ¿Qué te debo yo a ti? Y tú, ¿qué me debes? ¿Qué nos debe el Estado y qué le debemos?
Algunos pensadores consideran que no nos debemos nada. Por ejemplo, el primer profesor de sociología en Yale, William Graham Sumner (1840-1910), sugirió eso en la época de oro del darwinismo social. Un verdadero líder (hoy diríamos un verdadero emprendedor, ¿tipo Elon Musk?) solo tiene que agradecerse a sí mismo por su riqueza y no le debe nada a la sociedad en la que vive. Le pagan conforme a la oferta y la demanda y no explota a nadie:
Men of routine or men who can do what they are told are not hard to find; but men who can think and plan and tell the routine men what to do are very rare. They are paid in proportion to the supply and demand of them… In no sense whatever does a man who accumulates a fortune by legitimate industry exploit his employees, or make his capital ‘out of’ anybody else. The wealth which he wins would not be but for him. William Graham Sumner, “What Social Classes Owe to Each Other,” 1883.
Hoy en día esta forma de pensar ya no es tan común—al menos no en las universidades. Y esto se debe quizá a que (como vimos arriba) dichas instituciones pretenden promover cierto tipo de justicia.
Entre los pensadores sociales importantes, quien quizá se acercó más a lo que acabamos de citar es Friedrich Hayek (1899-1992)—uno de los padres fundadores del neoliberalismo (según el término que los representantes de dicha escuela escogieron para su movimiento en el “Coloquio Lippmann” de 1938 y en la fundación de la Sociedad de Mont Pèlerin).
Para Hayek, la justicia es una propiedad del comportamiento individual y tiene que ver con las ‘reglas de conducta justa’ que han evolucionado para hacer que funcione una economía de mercado de forma efectiva. Hablar de ‘justicia social’ tiene tanto sentido como hablar de una ‘piedra moral’ (The Mirage of Social Justice, 1978; Javier Milei sugirió algo semejante hace unos días: ‘La justicia social es aberrante’, El País).
¿Es posible vivir en una sociedad en la que no nos debemos nada (más allá de seguir las reglas que acordamos en conjunto—el ‘estado de derecho’)? Yo pienso que no, dado que las sociedades son sistemas de cooperación a lo largo del tiempo. Si no hubiera cooperación—si, por ejemplo solo hacemos lo que dicen nuestros contratos laborales—simplemente las cosas no funcionarían (las escuelas, los hospitales, las universidades) (sobre esto, puede consultarse Levitsky y Ziblatt, Cómo mueren las democracias). Actuamos no solo por cumplir con normas y obligaciones jurídicas, sino también por consideraciones morales tales como otorgar a cada persona el respeto y la estima que merecen; y simplemente por ayudar.
Este tipo de concepción de justicia se volvió popular con la obra de John Rawls (1921-2002), en particular su Teoría de la justicia, 1971. La psicología moral a partir de la cual Rawls construyó su teoría enfatiza la reciprocidad. Hay una tendencia humana a reciprocar el amor de otrxs o su preocupación por nuestro bienestar. Esto lo podemos observar ya en los infantes. Los principios de justicia que propuso Rawls reflejan esta reciprocidad. En una sociedad bien ordenada (que se aproxima a la justicia):
las libertades básicas de todos están aseguradas, todos los ciudadanos disfrutan de una justa igualdad de oportunidades y aquellos que están en mejor situación renuncian a obtener ganancias adicionales, excepto en la medida en que redunden en beneficio de los que están en peor situación.1
Rawls limitó su teoría de la justicia a los Estados, sin proponer los mismos principios para la humanidad en su conjunto. Sin embargo, lo dicho hasta ahora nos ayuda a introducir el problema de la ‘justicia climática’.
En una de las propuestas más provocadoras e influyentes, la crisis climática es una injusticia estructural, parecida al racismo o al sexismo. Para darnos una idea de este tipo de injusticias podemos considerar lo siguiente. Una hombre que circula un chiste sexista en un grupo de whatsapp, ¿está cometiendo una injusticia? ¿Podría incluso considerarse responsable de causar violencia de género? Una persona que prende la luz en su casa y echa andar así algún generador que usa carbón en algúna parte del país, ¿está cometiendo una injusticia?
La teoría de la injusticia estructural diría que sí—aunque distinguiría entre ambos casos. En el primero (circular un chiste sexista) se trata de una acción que puedo evitar, mientras que es imposible no prender una luz de vez en cuando (o usar transporte con combustible fósil, etc).
Según Maeve Mckeown:
Structural injustice is the ordinary injustice that characterizes our world in the early twenty-first century. There are close to eight billion people in the world today, most of whom are living their lives in morally unobjectionable ways, and yet the cumulative outcome of individuals’ daily activities is the marginalization and exploitation of the world’s poorest people, and climate crisis.
Esto sugiere que casi todo lo que hacemos contribuye hoy a marginalizar y explotar a otras personas y a acelerar la crisis climática. Si suena extremo—sí que lo es—vale la pena regresar al ejemplo de los chistes sexistas o incluso el lenguaje binario que usamos como sentido común. Simplemente hablar de cierta forma o reirse de ciertas cosas margina, excluye, oprime. ¿Que no es tu intención hacerlo? De todos modos perpetúas la estructura que oprime, que no reconoce, que no confiere la estima que merece una persona igual.
Aquí entra en juego otra visión de la justicia, propuesta por autores como Nancy Fraser y Axel Honneth: La injusticia tiene su raiz no tanto en la forma de tratar a la gente materialmente sino en los daños que sufren por fallas de reconocimiento. En particular, la disminución de su sentido de agencia y el sentirse que valen menos que otros.
Quizá esto suena más intuitivo: es justo reconocer a alguien como esa persona se entiende a sí misma, sin imponerle una identidad que no la representa. Es justo no reproducir estructuras opresivas.
Sin embargo, hablar de la crisis climática como una injusticia estructural pone la vara aún más alto. No se trata solo de hablar o actuar de cierta forma, sino de desmantelar una vastísima estructura material: la economía basada en combustibles fósiles. ¿Porqué? Porque mata gente—típicamente a los más vulnerables.
Desde esta óptica, los adultos responsables serían aquellos que reconocieran esto. Todos los que nos beneficiamos de las energías fósiles tenemos la responsabilidad de dejarlas atrás para evitar cada vez más muertes y pobreza por la crisis climática. No somos culpables: al menos eso dice la teoría, aunque en clase varios argumentaron (con razón quizá) que algunas personas y compañías sí son culpables de perpetuar las energías fósiles. De nuevo, según la teoría no somos moralmente culpables, pero sí somos responsables de contribuir al fin de un sistema cada vez más destructivo.
Claramente hay mucho más que decir, pero debe bastar esto para ilustrar el rango de opciones que tenemos en términos de justicia: desde negar que sea siquiera inteligible (como sugiere Hayek con respecto a la justicia social) hasta elevar el estándar de justicia hasta las estructuras económicas que habitamos.
https://www.bostonreview.net/articles/samuel-scheffler-rawlsian-diagnosis-donald-trump/