En El ministerio del futuro, una novela cli-fi (climate fiction) de 2020, Kim Stanley Robinson nos recuerda que “cada persona [tiene] una de las ocho mil millones de partes en las que se [reparte] el poder de la humanidad” (p. 65). Es decir, lo que tú o yo hagamos tendrá un efecto comparable a diluir una gota en una solución 8,000 millones de veces mayor que la gota. ¿Qué tanto puede importar, entonces, que tú o yo decidamos andar en bici (en vez de manejar) o reciclar nuestra basura o comprar alimentos orgánicos o plantar un arbol, etc.?
Aparentemente, el efecto de nuestras acciones es nulo o insignificante. Sin embargo, Robinson señala que hay venenos que surten efectos “acutando en la milmillonésima parte de un organismo”, de forma que incluso una sola persona puede provocar cambios mayúsculos.
Hay abundantes ejemplos de personas que han logrado impulsar cambios significativos o incluso revolucionarios. Uno de ellos es el Movimiento Cinturón Verde, fundado en Kenia en 1977 por Wangari Maathai (Premio Nobel de la Paz, 2004). Maathai comenzó con un grupo pequeño a plantar tan solo siete árboles para conmemorar a mujeres ambientalistas kenianas. Para el año 2004, el movimiento que lanzó había empleado a 100,000 mujeres para plantar 30 millones de árboles. De esta forma, el movimiento de Maathai ha contribuido a mantener la salud de la tierra (afectada por el cambio climático y la deforestación), a la vez que ha generado sombra, madera y restaurado las cuencas en Kenia y países aledaños.1
Si bien este tipo de cambio es significativo, no necesariamente se trata de algo revolucionario, es decir, capaz de refundar valores o principios fundamentales para erigir un nuevo tipo de sociedad.
Greta Thunberg es un caso aparte. La activista sueca nacida en 2003—o, como le gusta recordar, nacida en “375 ppm” (cuando el nivel de CO2 en la atmósfera se encontraba en 375 partes por millón; hoy estamos en 425.8 ppm, nivel que no se ha visto en la Tierra en millones de años)—decidió pararse frente al parlamento sueco en agosto de 2018 para lanzar una “huelga escolar por el clima”.
Aquí vale la pena recordar el contexto. En 2016, 193 países se comprometieron, bajo el Acuerdo de París, a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en aprox. 50% para el año 2030; con esto se buscaría mantener la temperatura promedio global en menos de 2 grados arriba de los niveles preindustriales (i.e., los niveles que conocieron mis tatarabuelos en los años 1861-1880).
Sin embargo, en 2018 los Estados firmantes del Acuerdo seguían sin tomar acciones concretas. Fue en ese año que el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) publicó su reporte más influyente (y alarmante) sobre las consecuencias de sobrepasar 1.5 grados y llegar a 2 grados sobre niveles preindustriales. (Contexto: hoy vamos en 1.2 grados y se proyecta que llegaremos a aprox. 2.9 grados en 2100.)
Entre las consecuencias de llegar a 2 grados, el IPCC alertó que casi 37% de la humanidad (aprox. 3 mil millones de personas) se verán expuestas—o ¡nos veremos expuestos!—a temperaturas potencialmente letales de forma regular.2 (Contexto: en 2019, murieron 489,000 personas por calor extremo; cuando lleguemos a 2 grados serán millones de muertos anualmente.)
Fue gracias a ese reporte del IPCC que Antonio Guterres, Secretario General de la ONU, cambió su discurso de manera radical y empezó a sonar las alarmas. Greta hizo lo mismo, junto con cientos de científicos alrededor del mundo.
Esto es lo que ocurrió, según lo narra Genevieve Guenther en The Language of Climate Politics (Oxford, 2024). Cuando Greta tenía 15 años leyó el reporte del IPCC citado arriba. Fue tal su miedo (alarma, coraje, etc.) que decidió hacer huelga escolar todos los viernes para sentarse frente al parlamento y protestar la falta de acción del gobierno sueco. En pocos meses había logrado capturar la atención de millones de personas con el movimiento Fridays for Future. Para 2019 sus manifestaciones llegaron a 150 ciudades del mundo.
Para abreviar la historia: Greta Thunberg—junto con el IPCC y otros movimientos como Sunrise Movement—jugó un papel fundamental en la transformación de nuestra percepción sobre la crisis climática. Y gracias a sus acciones (y muchos otros factores) hoy nos encaminamos a 2.9 grados aprox. en vez de a 5 grados, como se preveía en 2018. Esto es verdaderamente revolucionario.
“OK, pero ni tú ni yo somos Greta”. De acuerdo. Entonces, ¿qué podemos hacer? Aquí lo que quiero transmitir es lo siguiente. Comprar una bici, reciclar, etc. son acciones (aunque me duele decirlo) prácticamente insignificantes. Una gota en el océano. Es cierto que “todo suma”, “das una señal”, “inspiras a otrxs”…
Pero la individualización de la acción climática nunca llevará al cambio radical o revolucionario que requerimos. Como lo establece el IPCC, para limitar el calentamiento a 1.5 grados, el uso de petróleo se tiene que reducir en 87% para 2050 (el uso de carbón 97%, de gas natural 74%).3 Nunca hemos visto una transición de este tipo. Lo único que se acerca es la transformación masiva de algunas economías como la estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial.
¿Qué hacer? ¿Nos encojemos de hombros y pensamos: “ya alguien inventará cómo poner un paraguas gigante en el espacio que reduzca la temperatura de la Tierra”? O: “mejor disfrutamos mientras se pueda; ya nuestros hijos se harán cargo cuando les toque…” O “por respeto a nosotros mismos—y a nuestros hijos—haremos todo lo que podamos para forzar a nuestros gobiernos a que dejen de constuir refinerías y establezcan un límite firme a la quema de hidrocarburos…”
Cada uno de nosotros hará lo que quiera y pueda. Yo, personalmente, creo que lo mínimo que tenemos que hacer es reconocer el problema que enfrentamos y transmitirlo a la mayor cantidad de gente que podamos. El mensaje clave (basado en todo lo que se ha establecido científicamente) es este—lo pongo en inglés porque no logro escribir una buena traducción:
Most of us want to leave our world a better place for future generations. But today, fossil fuels like oil, coal, and methane gas are the primary cause of emissions that cause climate change. If we do not stop global warming by phasing out our use of these energy sources, the natural systems that enable us to grow our food will break down, extreme weather will turn millions into refugees, and our planet will become deadly hot for billions of people. We need to have the courage to acknowledge this reality, and to take on the people who are trying to expand our use of fossil fuels so we can protect the young people we love.
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Si este mensaje te parece alarmista, hay otros mensajes que te podrían convencer; todos en este documento.
¡Como siempre, gracias por leer y pasar la voz!
“Perder la tierra [o la capa arable de la tierra: topsoil],” sostiene Maathai, “debe ser considerado análogo a perder territorio a un enemigo invasor” (Rob Nixon, Slow Violence and the Environmentalism of the Poor, p. 130). Con la ayuda de las Naciones Unidas y financiamiento de países escandinavos—y, hay que decirlo: inspirada por el movimiento de derechos civiles de EEUU, país que visitó en 1960 junto con el padre de Barack Obama (!) en un programa auspiciado por John F. Kennedy—Maathai logró no solo contribuir a mantener la biodiversidad y la seguridad alimentaria en su país, sino también a redefinir lo que comúnmente se entiende como violencia (Nixon, p. 144).
“Dosio et al. (2018) concluded, based on a modelling study, that 13.8% of the world population would be exposed to ‘severe heatwaves’ at least once every 5 years under 1.5C of global warming, with a threefold increase (36.9%) under 2C of warming, corresponding to a difference of about 1.7 billion people between the two global warming levels.” IPCC, 2018: Global Warming of 1.5°C. An IPCC Special Report on the impacts of global warming of 1.5°C above pre-industrial levels and related global greenhouse gas emission pathways, in the context of strengthening the global response to the threat of climate change, sustainable development, and efforts to eradicate poverty [Masson-Delmotte, V., P. Zhai, H.-O. Pörtner, D. Roberts, J. Skea, P.R. Shukla, A. Pirani, W. Moufouma-Okia, C. Péan, R. Pidcock, S. Connors, J.B.R. Matthews, Y. Chen, X. Zhou, M.I. Gomis, E. Lonnoy, T. Maycock, M. Tignor, and T. Waterfield (eds.)]. Cambridge University Press, Cambridge, UK and New York, NY, USA, 616 pp. https://doi.org/ 10.1017/9781009157940, p. 191.
Ibid., p. 14